
Conde Divagante
Al principio, cuesta seguirlo cuando sale a trotar descalzo por el laberíntico trazado de su mundo personal. Tal como le gusta presentarse, el estrambótico ritmo de la extraña conversación que suele mantener con su ocasional interlocutor va zigzagueando entre fantasías, ideas rayanas en lo absurdo, dueño absoluto de nuestra atención. Con dos muestras en proceso en Buenos Aires, una de ellas en la Embajada Uruguaya, la desbordante y saltarina creatividad de El Conde Divagante, no da descanso al oído casi pagano, que no se atreve a interrumpir la poderosa catarata de imágenes que va poniendo la conversación en nuestra mente. “Estoy trabajando en un libro que pesará cerca de tres kilos y medio”, dice feliz en forma casi casual. De cuna extranjera pero uruguayo por elección, nos recibe en su casa llena de libros, en el corazón de Punta del Este, rodeado de objetos intervenidos por él y su afiebrada pasión por salirse de los moldes y preconceptos.